Capítulo 128
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La oscuridad nocturna envolvía la ciudad. A través de los cristales, las luces cálidas del restaurante se fundían con los tonos fríos de la calle, creando una atmósfera de ensueño hermoso.
Celia y Alfredo ya habían terminado su cena agradable. Ella hizo una seña al mesero para pedir la cuenta.
-Esta vez no hubo engaño -comentó Alfredo, entrelazando sus dedos bajo el mentón con una sonrisa satisfecha-. Cumplí mi promesa de dejarte pagar. 1
-Quedé satisfecha -respondió ella, correspondiendo a su sonrisa.
Al salir, Alfredo sostuvo la puerta con caballerosidad, y Celia le agradeció como una dama elegante.
-¿Dónde dejaste el auto? -le preguntó él mientras revisaba su celular.
-Es que no encontré ningún espacio aquí cuando llegué. Lo dejé en esa bajada al final de la calle.
—Está bien. Te acompaño.
Celia se giró para decirle algo y, en ese mismo instante, una motocicleta apareció de la nada a toda velocidad.
-¡Cuidado! -Alfredo la jaló hacia sí con fuerza.
Celia cayó contra su pecho justo cuando la moto pasó casi rozándola, dejando una estela de viento que le erizó los cabellos. Se quedó petrificada por el susto, hasta cuando escuchó la voz masculina que llegó desde arriba.
-¿Estás bien? ¿Te asusté? -le preguntó él con preocupación.
Ella se separó bruscamente, todavía pálida.
-Gracias… si no fuera por ti…
Alfredo miró pensativo hacia donde había desaparecido la moto.
-Los jóvenes suelen arriesgar su propia vida para buscar algún estimulo…
-Pronto llegaré al lugar. No hace falta que me acompañes más —dijo Celia tras calmarse, ajustando el bolso y mirándolo.
-Al menos déjame verte irte en el auto. -Asintió Alfredo.
Cuando su auto desapareció de su vista, Alfredo revisó el mensaje que acababa de recibir.
***
Al abrir la puerta de su habitación, Celia se encontró con César saliendo del baño, apenas cubierto por una toalla que dejaba ver su torso con músculos esculpidos. Era fuerte, pero las líneas no eran excesivas.
Sus miradas se encontraron.
—¿Estás… en casa? -preguntó ella, sorprendida.
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Capítulo 128
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-Si no estoy en casa, ¿dónde más debería estar?-respondió él, pasándose los dedos por el cabello mojado. Sus ojos profundos parecían un océano sin fondo, oscuros y serenos, emanando un aura casi aterradora.
Ella desvió instintivamente la mirada.
-Dormiré en la habitación de invitados.
-¿Dónde está el secador?
Cuando ella escuchó la pregunta, había salido de la habitación.
-En el estante–contestó desde el pasillo.
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