Capítulo 309
Capítulo 309
Al día siguiente, Celia y Ana salieron juntas y, justo en ese momento, se encontraron con Nicolás.
-Buenos días, doctor Nicolás -saludó Ana.
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Nicolás le respondió con un breve gesto de cabeza. Luego, su mirada pasó por encima de las dos y se posó en César, que estaba detrás de ellas, apoyado en el marco de la puerta.
-Buenos días, señor Gómez.
Nicolás guardó silencio y su expresión se volvió indiferente. Celia se dirigió directamente al ascensor, sin notar la tensión entre los dos hombres detrás de ella. Solo Ana volteó a mirar. Qué escena más típica en las series de
romance…
Después de que la puerta del ascensor se cerró, Nicolás finalmente habló:
-Señor Herrera, no tienes por qué provocarme a propósito cada vez que nos vemos
César se arregló despreocupado la solapa.
-¿Yo te provoco? -le refutó.
-Es aparente, ¿no? Primero compraste el Jardín Rosal y luego te mudaste aquí. ¿Es para vigilarme? -preguntó Nicolás sonriendo con calma.
César levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, acariciando su anillo con la yema del dedo.
-Ella y yo aún no estamos divorciados, pero tú ya estás calculando cómo arrebatármela… La desconfianza es muy normal, ¿no?
—¿Resulta que también te sientes inquieto por la desconfianza? —dijo Nicolás con sarcasmo—. ¿Y si comparo a la Celia de ahora con el tú en el pasado? Cuando ella desconfiaba de Sira, ¿le diste suficiente sensación de seguridad?
De repente, la mirada de César se oscureció.
Nicolás continuó:
-Pero, en comparación con tu exnovia, tengo mis límites. Al menos, antes de que Celia se divorcie de ti, no cruzaré la línea.
Dicho esto, se dirigió directamente al ascensor, dejando a César solo en el pasillo vacío. La luz automática del pasillo iluminó su cara, haciéndolo parecer aún más distante con esa aura gélida.
***
Celiana llevó la cruz de plata a una casa de empeño en la ciudad. Cuando el dueño de la casa de empeños la tocó, se quedó boquiabierto al ver las palabras inscritas borrosas: “Dios te bendiga“.
La examinó con una lupa con mucha cautela, y cuanto más la observaba, más familiar le resultaba. ¡Parecía ser un colgante personalizado por un diseñador famoso hacía muchos años! Si no lo recordaba mal, la familia Rojas
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debía ser la dueña del colgante…
De pronto, al dueño se le ocurrió algo y le pidió a un subordinado que contactara a una casa de subastas en la Ciudad de Ficus. Afuera, un empleado de la casa de empeños le sirvió una taza de café a Celiana y le pidió que esperara con paciencia.
Poco después, el dueño salió.
-Señorita, ¿esta cruz es suya?-le preguntó sonriendo.
Ella, sin pensarlo dos veces, le respondió:
-Por supuesto. Por favor, dígame su valor.
El dueño la observó de arriba a abajo discretamente. Le parecía una lástima y a la vez lamentable que esta joven arrogante no apreciara el valor del objeto.
-No puedo ofrecerle un precio ahora. Podría dejarme su información y los contactos. La casa de subastas se contactará con usted ―le explicó.
-Es solo una cruz de plata común. ¿Por qué tanto problema? -Celiana no lo entendió.
El dueño tuvo que controlarse para no rodar los ojos en blanco. ¿Que era solo una cruz de plata común? ¡Era un diseño de un diseñador famoso! ¡Era una joya valiosa! ¡Con solo el dinero era imposible conseguirla!
Pensando, decidió ir directo al grano.
-Si quiere venderla a un precio alto, mi tienda es demasiada pequeña para pagarlo. Pero la casa de subastas le dará un precio más adecuado.
Celiana, al oír esto, se quedó atónita. ¿Esta cruz vieja valía tanto?
-Está bien…
Antes de irse, ella le dejó su nombre y su número. El dueño de inmediato hizo una llamada para informar a la otra parte sobre la aparición de esta cruz.
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The readers' comments on the novel: Cuando al fin ella se rindió, él se enamoró