Capítulo 419
En su habitación, Sira tomó el espejo de maquillaje y se aplicó un poco de labial. Aunque ya carecía del esmerado maquillaje de antes, anhelaba ver a César con dignidad. La enfermera se acercó a la cama y corrió la cortina. De inmediato, vio la esbelta figura que le resultaba tan familiar; su cara apuesta parecía aún más imponente que
antes.
-Creí que no vendrías -dijo Sira, con una sonrisa en los ojos, pero teñida de un dejo de resentimiento-, Dicen que tienes cáncer. Me preguntaba si acaso no sería una especie de castigo del destino.
César la miró, impasible.
-Parece que has pasado por mucho.
Ella se detuvo en seco, luego lo tomó del brazo con las manos.
-César, en el fondo aún sientes algo por mí, ¿cierto? Después de tantos años de conocernos, y de tantos años de nuestro amor, jestoy segura de que no habrías cambiado tanto si no fuera por culpa de esa maldita de Celia!
Sus ojos ya estaban enrojecidos mientras continuaba:
-Debo admitir que me arrepiento… No debí haberme separado de ti entonces. ¡Pero no tuve otra opción! Cuando regresé al país, al principio quería decirte la verdad. Pero, al verte al lado de Celia, sentí tanta envidia… ¡ Simplemente no podía aceptar ser derrotada por ella!
Al ver la mirada impasible de César, la esperanza en sus ojos se desvaneció poco a poco y soltó su brazo.
César se sacudió la manga con disgusto.
-Nunca fui tu única opción. No me eches la culpa. Sin mí, siempre te quedaba Sergio Quiroga, ¿no?
Sira palideció por completo.
-Tú… tú ya lo sabías.
-Mis esfuerzos no han sido en vano.
Sira quedó atónita.
-¿Cuándo lo supiste…?
-Desde que supe todo lo que había entre tú y Alfredo.
-¡Yo no se lo dije a él!
César se rio con sarcasmo.
-No he dicho que fue él quien me lo hubiera contado.
Ella no pudo decirle nada.
-Alfredo te ayudó simplemente porque guarda resentimiento hacia la familia Herrera. Quizás ni él mismo esperaba que, tras haber organizado todo este espectáculo, al final vacilara por la existencia de Celia —explicó
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César mirándola fijamente-. Creíste que lo estabas usando, pero no esperabas que él te ocultara algunas cosas. Desde que supe que él no era la persona detrás de ti, empecé a sospechar.
Tras una breve pausa, César siguió narrando:
-En aquel entonces, tu padre adoptivo salió ileso de sus millonarias deudas por apuestas, pero tú vivías en una zona residencial de ricos en el extranjero. Como una persona de origen humilde, incluso con una beca generosa, no podrías permitirte una villa en un barrio adinerado, ¿o si? Si no me equivoco, esa era una de las propiedades de Sergio en el extranjero.
Sira ya no podía controlar su temblor. La mirada de César, siniestra y penetrante, parecía querer desgarrar su piel.
-César…
-A estas alturas, no me importa cómo terminaste con Sergio.
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